Siempre tuve…
y aún hoy tengo
la incesante y
súbita necesidad
de sucumbir
ipso facto
en el terremoto
de tu cadera.
De caer rendido
en la agresividad
de tus piernas,
en el gemido
amordazado
que lentamente
expira silencioso
ante el arremeter
violento de
mi sed de ti.
Y crujir los dientes
tras el sordo
reventar de
tus bragas rosas
para subir la
húmeda y tersa
cumbre del
efímero terciopelo
de tu piel desnuda;
la abrupta salinidad
de tu sudor desierto,
de tu asfixiado aliento.
Siempre tuve…
y aún hoy tengo
la incesante y
súbita necesidad
de morder
cada partícula
de tu aroma
en medio de la cama.
Y respirar cada
pasajero segundo
esa dosis letal
de feromonas
que envían cual
válvulas de escape
tus poros hambrientos,
sedientos de
paródica-lóbrega
pasión indómita.
Siempre tuve…
y aún hoy tengo
que librar algo peor
que las mil batallas
del infierno
para no botarte
sin el más mínimo
cuidado a la cama
y hacerte el amor
sin compasión.
Hay necesidades que justifican nuestra existencia.
ResponderEliminarY resistirlas no es viable.
Desde Adán, hasta el último hombre que habite la Tierra.
Nada mejor que sucumbir ipso facto, a este tipo de debilidades extremas.
Beso grande, Harold.
SIL
Hola querido amigo y compañero de versos. Te ví en un comentario en Preludio. ¿mucho tiempo ha pasado verdad? me alegra verte. Un abrazo
ResponderEliminarmj
Casi es tan mágico que confluyan el amor y las ganas de morir de sexo, como tu manera de coser las palabras entre ellas mismas, y entre ellas y los demás.
ResponderEliminarSiempre seré tu fan, Harold Díaz